El monasterio de San Benito el Real, cabeza de la congregación benedictina desde época de los Reyes Católicos, era uno de los más pujantes de Valladolid. Para la elaboración de su retablo mayor se eligió al mejor escultor del momento en la ciudad: Alonso Berruguete. La desamortización eclesiástica del siglo XIX motivó la fragmentación del conjunto, algunos de cuyos relieves se pueden contemplar en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, destacando el San Cristóbal, el Sacrificio de Isaac y la adoración de los Magos. La gran expresividad de sus figuras, sus formas y proporciones estilizadas, y la variedad de recursos emocionales enfatizados por el uso de la policromía configuran una opción radical donde se combinan, de forma dramática, las más refinadas licencias del Manierismo con unas actitudes patéticas en consonancia con los valores más expresivos de la tradición goticista
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